En la gestación de un lenguaje artístico nay etapas donde la presión de una necesidad expresiva se manifiesta en soluciones cambiantes, cuya inquietud es característica de la exploración que está en curso. Ese proceso se parece al de ciertos materiaies que atraviesan estados a transformación antes ae fraguar, y tiene como ellos el interés de toda evolución, que esta impulsada por una fuerza dinamica y permite medir sus conquistas en pieno transito.
Eso surge cuando se observan los trabajos a Marcelo Larrosa, un pintor que se formó con viejos maestros torresgarcianos (Annelo Hemanaez, Jullo Alpuy). Porque en su obra actual hay tramos que delatan el sello un poco imperioso de esa escuela y otros donde la modalidad se independiza, sin perder una raíz estructural vinculada al ordenamiento de as formas y a la disciplina en el manejo de los signos. En esa ondulación entre la obediencia a una matriz estética y los márgenes de autonomía que sobrevienen, se revela no solo la movilidad de su búsqueda sino también un desarrollo liberador que es el camino de Larrosa en el descubrimiento de un mundo personal.
Ese mundo asoma de varias maneras. A veces lo hace con la sensibilidad de un diagrama sencillo (pocos trazos, paleta primaria) para soluciones de pequeño formato. Otras veces crece hacia la complejida de obras de gran porte, donde el pintor puede optar por las letras letras del abecedario como recurso visual para crear una franja de vigoroso ritmo que cruza el fondo, otorgando al resultado una elocuencia donde el reguero de caracteres incluye otros signos, provenientes la anotación propia dei canto gregoriano, un terreno vocal que Larrosa también ha frecuentado.
Hombre de intereses múltiples y de visible inclinación por otros lenguajes artísticos, como la escultura, la música o el cine, el pintor no solo maneja abundantes puntos de referencia sino que ademas sabe internarse en las singularidades del estilo de los maestros, igualmente amplia es la lista de os materiales que emplea, porque suele incursionar en trabajos con madera, que figuran en esta muestra, sujetandose a propuestas de menudo tamaño y pátina monocroma, donde sabe despojar los esquemas hasta lograr una severidad geométrica que recuerda a Matto Vilaró
Así Larrosa exhibe la flexibilidad de su instrumental, juiciosamente administrado a partir de un conocimiento de las artes plásticas que ha cultivado en sus viajes de estudio por America Latina, Estados Unidos o Europa, y que se refleja en los márgenes de maniobra de su producción personal. A los 41 años tiene un oficio debidamente asentado y una vitalidad en esa practica que asegura una maduración solamente accesible para los artistas de constante dedicación y de creciente aplomo. En adelante convendrá seguir sus pasos, mientras esta exposición en el MAC se agrega a las muestras que ha realizado en Colombia, Estados Unidos, Francia y Uruguay.
JORGE ABBONDANZA
